3.- Odio el colegio de monjas

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Querido diario;

Detesto el colegio de monjas al que mamá me obliga a ir. Ese colegio repleto de estúpidas normas y disciplina, de novicias, biblias y crucifijos, de castigos, oraciones y más crucifijos. El color que predomina siempre es el gris; las baldosas del suelo son grisáceas, el uniforme de color gris, los hábitos de estas novicias son grises y el entorno en general tan lúgubre que de alguna forma parece proyectarse en la atmósfera, porque durante los recreos en el patio, hasta el cielo se aprecia plomizo.

Luego llega la hora de regresar a casa y conforme dura ese trayecto, observas el colorido que entraña una ciudad festiva como Valencia y es cuando vuelves a recordar que la vida por fortuna, tiene tonos más alegres. Odio el colegio de monjas.

—Dana, ¡a comer! —gritó desde el piso de abajo y añadió —¡Hoy hay lentejas!

—Voy mamá, dame unos minutos.

—¡Lávate las manos antes de venir a la mesa!

—¡Que si!

Y todo porque Berta está empeñada en que sea alguien importante en la vida y cree que mandándome a ese estúpido colegio de lechuguinos, logrará convertirme en uno de ellos. JA JA, si supiera... Si sospechara siquiera de lo que para mí planeo, pondría el grito en el cielo. Yo en realidad seré hippie. Viviré en la calle tocando la armónica y comeré todos los días hamburguesas con patatas fritas y palmeras de chocolate. Adoptaré un perro tan libre como yo; a ser posible grande y de pelo negro. Me vestiré como yo quiera, sin faldas ni uniformes, sólo pantalones.

—Dana, ¡que se te enfría la comida!

—¡Ya voy!

Después me compraré un caballo con lo que gane tocando la armónica, lo llamaré Bonanza y recorreremos el mundo los tres juntos sin mirar atrás. Primero iremos a París a comer croissants. Me haré mimo, le enseñaré trucos al perro y al caballo, y con lo que obtengamos de nuestro trabajo, volaremos a África. Allí nos acoplaremos en alguna tribu de esas donde hay viejos curanderos de piel oscura, repletos de amuletos y que cuentan historias sobre el origen de los espíritus. Pasaremos un tiempo, lo suficiente para hacerme amiga de las fieras, aprender el lenguaje de los simios y a dormir en los árboles como las panteras. Más tarde atravesaré el continente galopando a lomos de mi caballo y junto a mi perro, hasta llegar a un puerto marítimo, en el cual tomaremos un barco rumbo a América. Bordearemos la costa de Brasil, Guyanas, Venezuela. Seguiremos subiendo por Nicaragua, Honduras y anclaremos en México. En aquel sitio aprenderé a tocar la guitarra, beberé tequila y pasaré las noches en alguna sierra, contemplando las estrellas acurrucada entre Bonanza y mi perro. Así continuaré viviendo hasta dar como mínimo tres vueltas al globo terráqueo, hasta saberme de memoria cada costumbre, cada lengua y cada bandera. Hasta llenar mi mente de recuerdos vividos, de sabiduría cósmica y popular.

—¿Pero se puede saber qué estás haciendo, niña? Ya te he llamado miles de veces —insistió en voz alta.

—¡Que ya bajo!

—Espero que al menos estés ordenando tu cuarto. Eres tan desordenada... ¿Por qué serás tan desordenada?

Entonces, sólo entonces, regresaré a casa y le diré a mamá que no tenía razón. Que para ser alguien en el mundo no es preciso creer en Dios, que no es necesario pasarte horas encerrada en un colegio durante cinco días a la semana con el fin de tener un alto oficio el día de mañana. De tener una casa a medias con el banco, un coche, un marido e hijos. No es necesario comprar, adquirir, poseer, obtener un trozo de tierra para conocer una región entera. No es necesario nada de lo anterior para ser afortunado. Basta con saber que eres libre y volar como el viento.

ODIO EL COLEGIO DE MONJAS.